juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Con estos versos de Miguel Hernández rendimos el último adiós, con eterno recuerdo, a un higuereño que lleno de vida, abandonó ayer este mundo en el que vivió, gozó, trabajo y viajó por muchos rincones del planeta azul. Recaló en una de las más bellas islas del Caribe, en la isla «La Española», la primera tierra que pisó Colón al llegar al Nuevo Mundo. En ella se asientan dos estados soberano: Haití y República Dominicana. En este último anidó nuestro paisano y se hizo un nombre, una carrera y un quisqueyano más. A juzgar por lo que publicaba, se impregnó del sentir y del latir del alma y el corazón de los dominicanos. Todo ello sin perder el acento y el lamento por la lejanía de su tierra de entraña, la nuestra, Higuera la Real. Una parte importante de la juventud higuereña de los años 90 le debe agradecer el que les facilitara la diversión, el refocile y la alegría de las tardes-noches de estío en «El Tanito», allá en la vivienda de sus padres en el Loreto.
Que su «sol del pecho» haya volado más allá de la «serpiente de colores» (como llaman los taínos, primitivos habitantes de la República Dominicana, al alma y al arco iris) y que ese Dios que no hace distingo ni entre pueblos, ni entre razas, ni entre colores y que aquí, en el alfoz que alumbra con onírica mirada «La Mamarracha», llamamos El Señor de la Humildad, lo acoja en su seno y le haga vivir la vida eterna siendo feliz como nunca lo fue en este mundo cruel. A mayor abundamiento, se educó en la Central High School de Greeley en The Centennial State o Colorado, cuyo lema es Nil sine numine ‘nada sin la divinidad’. Una apoyatura más.
A sus familiares y amigos -que eran multitudes en razas, colores y lenguas- nuestro más sincero y sentido pésame.
HIGUEREÑEANDO De ayer a hoy... a siempre 