CUANDO SE ESCRIBÍA CON PLUMAS DE GANSO

 

ay que tener presente que no es lo mismo, a veces puede parecerlo, escribir con pluma de ganso que hacer el ganso para escribir con pluma. Garci Lazo de la Vela.

Lo primero fue el estilete para escribir en cera o arcilla, de él pasaron al cálamo (calamus ‘caña’), instrumento de escritura de caña que se mojaba en tinta para escribir en pieles de animales y en papiro (planta que crece a orillas del Nilo de cuya médula, los escribas egipcios hacían una hoja para escribir, una especie de papel, palabra que viene del catalán paper y este de papiro) El cálamo se desgastaba muy rápidamente y fue sustituido por las plumas de ave que facilitaban más la escritura en pergamino (piel de res limpia de vellón y preparada para escribir. Toma su nombre de la ciudad de Pérgamo, en el Asia Menor) y vitela (del italiano vitella ‘ternera’ y, por extensión, se llama así a la piel de aquella arreglada y pulida). No hay certeza de cuándo aparecieron las primeras plumas, pero el primero en mencionarlas fue San Isidoro de Sevilla en su obra Etimologías, libro XX. También en ella se ocupa de la tinta (ad incaustum) que se obtenía del jugo de agallas de roble que es la excrecencia redonda que se forma en la corteza de estos árboles por la picadura de ciertos insectos.

Llegamos a 1579. Andreas Ludwig, en Alemania; Johann Neundörffer, de Nuremberg; Johann Jansen, de Aquisgrán fracasan en el intento de hacer plumas de latón o acero. En 1748, Johann Heinrich, de Königsberg, tampoco lo consigue. Al fin, en 1780, la empresa Harrison de Birmingham lo consigue, aunque estas plumas tienden a emborronar y rascar el papel que, por cierto, su fabricación fue introducida en Europa por los árabes en el S. X a través de Cataluña e Italia.

Las buenas plumas de ave eran de las alas de cisnes, las fetén, de ganso y cuando se conocieron tras el descubrimiento de América, de pavo que primero se llamó «gallo de las Indias» y en México se les llama guajolote. Los sibaritas querían las del ala derecha pues su ligera curvatura facilitaba la escritura.

Todo con la pluma, la péndola o péñola o cálamo era arte, desde elegirla, prepararla, cortarla y manejarla. Del corte, la presión y la inclinación dependían la forma y el grosor del trazo. Con los ejemplos que les ofrecemos podrán calibrar fácil y sobradamente las dificultades que suponía escribir.  Por ello, la caligrafía era un arte y los calígrafos muy apreciados. Escribir, trazar las letras, no era tan sencillo como hoy. Imaginaos que pasaría, que resultaría, si los jóvenes tuvieran que esforzarse tanto en manejar un instrumento tan «rebelde» como una pluma de pavo cargada de tinta. Los que escribimos con palillero y pluma de acero, mojando en el tintero del pupitre lo sabemos bien. Dense una vuelta por la entrada del 29 de mayo de 2010.

Veamos algunos ejemplos de documentos escritos con pluma de ave por aquellos pocos que sabían escribir. Particulares y escribanos, algo así como los notarios de hoy.

Comencemos por un recibí de puño y letra de uno de los más destacados higuereños, íntimo amigo de Fernández Dávila con quien se fue siendo mozo a Sevilla. Los dos hicieron fortuna y aquel fue durante toda su vida su mano derecha, su banquero, su fiador, su apoderado… su amigo. En la Historia del Colegio de los Jesuitas aparece citado 55 veces en las siguientes páginas: 29, 34, 37, 39, 43, 46, 47, 48, 52, 53, 54, 57, 59, 66, 69, 80, 84, 89, 108, 112, 137, 169, 187, 229, 230. Por si quieren ampliar conocimientos. Yo apuesto a que la calle Alfaro se llama así en su honor y homenaje. Lo más significativo de este documento es la firma. Clara, ágil, rotunda, enlazada, con diferentes grosores en la rúbrica, sin vacilaciones, lo que demuestra gran pericia en el manejo de la pluma. Esta navidad, cojan una pluma del ala de un pavo/a, de las remeras, las grandes más alejadas del cuerpo, lávenlas bien para quitar la grasa, corten en bisel el extremo del cañón, mójenlo en tinta y prueben… aparecerán los temibles -tan castigados por los maestros de tintero y pizarra- borrones y los dedos se convertirán en trozos de carbón. ¡Qué difícil!

Este recibí está relacionado con un higuereño que falleció en las Indias y cuyos herederos reclaman, en la instancia siguiente, una importante cantidad que el difunto depositó en manos de Rodríguez de Alfaro. Hay que leerlas.

En el siguiente escrito se certifica la muerte, la última voluntad, y los bienes que el higuereño manda a sus herederos.

Han pasado 200 años. Veamos las firmas de siete higuereños. El primer, un escribano que pone antes de la firma el signo preceptivo de su profesión personal y único. Fíjense en las diferencias que hay en el manejo de la pluma entre los siete. Alguno parece que el instrumento es su enemigo o estilizado potro indómito que no se deja guiar.

1574. Agosto. Día 3. Hace la friolera de 446 años. Reinaba Felipe II. El escribano de cámara del Consejo de Indias, Diego de Encinas, se adorna y adorna el escrito. Opta por la virguería en el encabezamiento y la firma donde, como todo escribano, incluye su signo distintivo.

Por penúltimo, otras dos firmas bellísimas también de tiempos del Rey Prudente, 1570,  que demuestran un extraordinario dominio de la péndola.

Por último, una firma con el signo notarial que si en aquellos tiempos hubiera habido una fiscalía como la de ahora quizás no habría pasado sus controles, teniendo que modificar su distintivo. Si las señales de tráfico parece lo que no son este signo puede parecer lo que la imaginación de cada uno/a dé de sí. Una idea de los más inocente: Un coletudo asoma detrás de una tapia con el monograma de los jesuitas.

Los escribanos eran más famosos, para bien y para mal, que los notarios actuales. Hasta Quevedo, el «jodido estevado» lo llamó Campmany, se acuerda de ellos para hacer fina burla sobre los condenados a galeras en una de sus jácaras, Respuesta de Lampuga a la Perala: «Hanse servido de darme / ministerio de humedad / donde empujando maderos / soy escribano naval.» (vv. 57-60) En la misma composición cita a Fregenal que era famoso por sus cueros. Escribe: «Más me cuesta de pregones/ y suela de Fregenal, / que valen seis azotados / si los llegan a tasar.» (vv. 117-120). En otra jácara Villagrán refiere sucesos suyos y de Cardoncha, en los versos 149-152, aparece: «Del cardo de Fregenal / mucha penca se pregona, / y le gastan las espaldas /más que ensaladas y ollas.» La penca se llamaba, por semejanza, el azote del verdugo (al azotado se le llamaba pencado), de cuero o vaqueta,  que por ser ancha tenía forma de cardo y estaban hecha de cuero de Fregenal.

Colofón dedicado a don José Antonio Garrido Perera, el «rey del bacalao» de Higuera, del que nos ocupamos en  las entradas del 29  de febrero de 2019 y 3 de agosto del presente, muy aficionado a darle ritmo a la pluma, que por haber nacido en el siglo veinte, la llamamos bolígrafo. He aquí un trabajo preciosista de un ignorado artista realizado en el reinado de «el Animoso», el primer Borbón en el trono de España.

Comprueben como cualquier cosa que creemos nueva, única, exclusiva, original… ya ha sucedido antes. Este año, la feria de San Mateo del pueblo limítrofe no se va a celebrar -como no se ha celebrado la nuestra- por culpa de un virus con ojos rasgados.

-¡Nunca en la vida se ha visto cosa semejante! Habría exclamado, conteniendo su indignación y rabia, algún/a integrante de la ciudadanía (¡marchando una de nueva normalidad!), sin saber muy bien qué artículo ponerle delante a cólera.

Pues sí, señora o señor. Ha sucedido antes. Hace 135 años y por causa de una bacteria. Este año fue el covid y entonces, el cólera. La Crónica, de Badajoz, en la página dos de su diario del 8 de octubre de 1885, publica la siguiente noticia:

¿Qué pasó en Jerez de los Caballeros? Ahí les va.

Como la epidemia amainaba, decidieron…

Y… ¿de Sevilla qué? ¡De Sevilla, na! Invasiones. pero no de extraterrestres. Como ahora… más de lo mismo. No había rastreadores. 

¿Qué pasó? No sabemos si hubo feria o no. Los del pan con churros lo sabrán. Cantarían aquella copla de la época: «La Tarara, sí / la Tarara, no /…  Se retrasó y si se celebró a finales de octubre la ciudadana o el ciudadano anterior volvería a clamar: «A buenas horas mangas verdes».  Decían los viejos: «Vivir para ver».

イゲラ·ラ·レアル

Francisco de Quevedo, Poesía original completa, Ed., introd. y notas de J. M. Blecua, Planeta, Barcelona, 1981, pp. 1212, 1213 y 1218.

La rúbrica en bucle es de un expediente del Ar. Gral. de Indias de 1563 y el S. Mateos, de Los héroes del Cristianismo, Saturnino Calleja, 1901.

 

 

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