y te fuiste como hoja del árbol desprendida y como ella has muerto, pero tu recuerdo, tu cariño, tu amistad, como esa rama que a la hoja sustentaba seguirá plena de vigor, de vida, aunque otoñalmente parezca dormida. Tu memoria será eterna primavera que inundará, lo que en este mundo nos quede, de felices momentos evocando aquellos que pasamos juntos, esos ratos de picos y peseteros, de bailes no bailados en «La Fonda» en aquellos años en que tan felices fuimos cuando la calle Santa Catalina era ruido, algarabía, tráfico, trasiego, murmullos, gentío… que tenía como música de fondo no escuchada el trisar de las muchas golondrinas posadas en los cables. Aquella dependencia, de la que tú hiciste arte y vida y yo desastre y abandono, nos unió indisolublemente. Nunca la distancia, fuese la que fuese, nunca, rompió el lazo que en la juventud forjamos.
Descansa en paz y allá donde estés ve, con tu proverbial capacidad de hacer amigos, formando una cuadrilla para que cuando lleguemos nos volvamos a encontrar como en casa; sin dejar -no podrías- a los amigos que nos precedieron y allí volvamos a degustar si no un buen vino tinto, al menos el néctar de la eternidad en buena compañía.
Muerto amigo, yace con la tranquilidad de que tu recuerdo será en nosotros tan eterno como esa tu otra vida. Quiero despedirte con las palabras del poeta extremeño Valhondo. «Estás donde te miro, donde siempre, / detrás de las esquinas del momento, / en todos esos sitios que estuvimos / andando junto la luz y los recuerdos».
HIGUEREÑEANDO De ayer a hoy... a siempre 